Si hablo de ti, hablo de mi entre líneas, extraño sentirme quien era estando a tu lado, la mejor versión de mí. Me sales debiendo tanto por mostrarte las partes más puras que tenía, al mismo tiempo, te debo tanto yo a ti por enseñarme a descubrirlas.
Si hablamos de ser agradecidos, tendré que aceptar la lección de aprender a amar y hacerlo con locura, de forma egoísta, un tanto enferma y hacerlo todas mis fuerzas.
Me cago en la relatividad del tiempo y en la teoría de que él no existe, porque dueles, y me duelo. Ya no distingo de que se trata este dolor, que no me mató y tampoco me hizo más fuerte.
Me extraño, esa sensación de alivio, de tranquilidad, tal vez sea esta ligera obsesión por no soltarte, y a la vez, la desconfianza de dudar del resto.
Extraño quien era cuando estaba contigo, me sentía completa, me sentía segura de haber tomado la decisión, dimensión correcta, la mejor versión. Ahora me pregunto que quizá no era la indicada, que tal vez este destino pudo haber sido otro, en donde no eras tú quien me destrozaba.
Quizá tu destino siempre fue ser el puente, el medio para que pueda verme arriba, esa intención subliminal de hacerte ver lo que pudiste haber tenido conmigo y lamentes el haberlo perdido.
Hablar de ti es dar mi autobiografía, hablar de ella, aquella y de todas las mujeres que después de ti vinieron. Repetí patrones, reescribí historias, traté de hacer que cada una de ellas terminara de forma diferente, viendo en ellas una parte de ti que al final tampoco funcionaba.
Si esto es cierto y ya he terminado de probar cada una de tus partes en otras caras, tal vez el universo nunca debió de habernos encontrado, o quizá, lo hizo para mostrarnos de que tipos de personas habrá que comenzar a huír.
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