Última habitación, al final del pasillo volteando a la izquierda, en la puerta colgaba el número trece. “Vamos a hacer una fiesta”, dijeron días atrás con la intención de que ninguno de sus invitados asistiera.
Llegó el día, era sábado por la noche, recorrieron la ciudad en busca del sitio perfecto y encontraron una habitación disponible en el último lugar al que preguntaron.
-¿Cuál es el costo de una habitación por una noche?
-Doscientos cincuenta pesos. Mencionó el hombre.
Pagaron, y a cambio recibieron un trozo de madera rectangular con una llave colgando de ella, entraron al lugar como descubriendo un lugar desconocido.
No era grande pero el espacio era suficiente: una televisión atornillada a la pared donde no se veían más que unos cuantos canales, un sofá, una mesa pequeña, una cama y la puerta que llevaba a un baño que tenía un pequeño lavabo.
-¿Que tomaremos? Preguntó Teff.
-No lo sé, pero tenemos que ir pronto o ya no nos podrán vender.
Una bolsa de hielo, refresco de toronja, tequila, cigarrillos, Marlboro blancos (dos, por si las dudas), una bolsa de doritos de las grandes…
-¿Nos falta algo?
-No, creo que es todo.
Pagaron, subieron las cosas al auto y regresaron al hotel.
Amanecieron juntas, como si hubiese sido una casualidad despertarse cerca, observaron las estrellas caer sobre sus ojos, se hablaron de la vida mientras el sol salía y el efecto no cesaba. Amanecía, y de un momento a otro las miradas se besaron, sus labios se tocaron, sus manos recorrieron los espacios y nada pasaba.
Al mediodía Teff se marchó, como fabricando una mentira, inventando esa historia que tenía que contar. Caminaron juntas por el callejón, mientras se veían con esa mirada cómplice de quien ha cometido un delito y está dispuesto a confesar.
-Te quiero conmigo. Confesó.
Se consumía la noche, el tabaco, el alcohol, el humo del cigarro inundaba la habitación mientras, entre risas, recuperaban el tiempo que se les había salido de las manos.
Maya la besó y ese beso fue correspondido, podía sentir la respiración de Teff mientras recorría con sus labios centímetro a centímetro su cuerpo, desnudándolo. Bajó de a poco hasta su cintura, besando más allá, un poco más al sur y a la derecha mientras Teff, suspiraba.
Toc Toc, alguien llamaba a la puerta, eran las once treinta, tenían que desalojar y decir adiós.
-Me hubiese gustado estar contigo una vez más.
Escribía un mensaje de texto mientras miraba por la ventanilla de un autobús que no volvió.
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