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Foto del escritorMaday C. Doria

Tic, tac.

Quizá el aferrarme al final me sirvió de mucho.

Creeré en infinidad de ideas al transcurso de la vida; en el color de muchos ojos, en miles de labios, en distintas fechas del calendario.

En algún momento, me amarré a algo y lo sostuve tan fuerte en mi pecho para no soltarlo mientras avanzaba, aprendí que el tiempo no retrocedía y jamás iría en reversa; sino que avanzaba sin detenerse, arrancaba y se quedaba con partes de mi a su paso.

Podría asegurar que no imaginé así el ahora, ni este lugar, ni este momento.

Aquel día, construí una idea de lo que era hacer una mejor versión de mí e imaginé el futuro con cada detalle, y mientras avanzaba, en mi mente todo se iba quedando atrás.

Caminé observando aquel lugar que iba dejando y veía como de apoco se iba perdiendo al horizonte, cada vez se hizo más pequeño hasta perderse y verse como un pequeño punto a la distancia.

Inventé un millón de vidas desde entonces, construí ciudades, derrumbé murallas, busque infinidad de formas de lograr que sucediera, pero nunca me fue posible.

De pronto, todo materializó y pude palpar aquello que siempre quise, todo lo que fui dejando atrás hace kilómetros de tiempo.

De pronto, era quién imaginé sería mi mejor versión, y lo fui sin ella.

Ya no me hacía falta.

Ya no me dolía

Continúo caminando.

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