Aprendí a fluir junto con las cosas, y aunque repruebo la lección constantemente, sé cuándo es necesario parar.
Aprendí a decir adiós, a soltar, a no aferrarme a caminar hacia un destino que no es el mío.
Es aquí, el punto del camino que se divide, se separa y toma rumbos distintos.
Quisiera saber la forma correcta de actuar, se nos salió de las manos y terminamos siendo lo que fuimos en un principio.
Perfectas desconocidas, completas extrañas.
No vi las señales o quizá fingí no verlas, ahora cargamos con las consecuencias de no actuar cuando se debe.
“No eres tú, soy yo”, como el cliché, la realidad es que eres tu y también yo quienes nos encargamos de arruinarlo todo. Yo, por no tener huevos para abrir la boca y hablar; y tú, por saberlo todo desde el principio, e ignorarlo.
Viste la tormenta venir y no evitaste el desastre. Vi la tormenta acercarse y la ignore creyendo que no sería para tanto.
Vimos la tormenta y en lugar de protegernos salimos a mojarnos.
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