-Uno, dos… tres!
Abrió los ojos y no podía concebir lo que estaba frente a ella. Permaneció congelada un par de minutos atónita y se tocó el rostro. Sentía, sentía su piel vibrante, miró sus manos, se pellizcó el brazo para cerciorarse de que no estaba soñando. No lo estaba.
De pronto, se encontró sorpresivamente dieciséis años atrás enfrente de ese espejo que pareciera no tener edad, sin embargo, estaba atrapada en ese instante, sin entender siquiera como había logrado llegar ahí.
-Maya, necesito que vayas a hablarle a tu hermano. Está jugando videojuegos.
-Dame dinero, quiero comprar dulces, sino no voy.
Abrió la puerta, cruzó la calle y entró en el portal de la tiendita donde se encontraban los videojuegos. Era una casa color marrón, con un tronco gigante afuera que algunas personas, clientes del lugar, usaban de banquita. Tenía un portón blanco en la entrada al porche, un árbol grande y plantas con flores al lado de la calle, al dar unos cuantos pasos había un futbolito con jugadores de madera y tres máquinas de videojuegos, de las grandes, que para hacerlas funcionar solo hacía falta introducirles monedas de cincuenta centavos, de las doradas.
Ahí estaba el niño y corrió hacia donde él estaba.
-Dice mi mama que ya te vayas a la casa!
-Ahorita voy, ya casi pierdo.
Entró a la tiendita y se puso de frente al estante donde se encontraban las sabritas, eligió una bolsita roja, unos rancheritos.
Abrió su mano y le dio a Don Samuel dos monedas de un peso, una moneda de veinte centavos y tres monedas de diez centavos. Dio la media vuelta y caminó dos pasos hacia la puerta cuando él la detuvo.
– ¿Quieres jugar?
– No tengo dinero. Respondió
– ¿Porque no te quedas un momento a esperar a tu hermano? Ven, toma esta moneda para que puedas jugar con él.
Estiró su mano y tomó la moneda. Él apresurado, la tomó del brazo mientras la tocaba. Confundida, Maya no supo que hacer y salió asustada al lugar en donde se encontraba su hermano, aún jugando. Se sentó enseguida de él e intentó con todas sus fuerzas olvidarse del incidente mientras apretaba fuertemente los puños.
Ahí estaba, sintió una moneda de cincuenta centavos en sus manos. Los minutos parecían ser eternos, no corría el tiempo, no escuchaba el tic-tac del reloj. Tomó la moneda y la insertó en la máquina de juegos contigua, justo al lado de donde se encontraba su hermano.
Comenzó el juego, consistía en disparar a las bolitas del mismo color hasta eliminar todas las del tablero y así subir de nivel a cada vez. Sonaba tan divertido, que Maya esperaba no perder nunca, sabía perfectamente que a cada mensaje emergente con la palabra GAME OVER, aparecería aquel cerdo detrás de ella, regalándole una moneda más.
GAME OVER. Sintió sus asquerosas manos frotar sus pechos y un sonido que indicaba que no dijese ni una sola palabra.
– Shhh.
Apretó sus ojos con todas las fuerzas, y esperó que todo terminara y despertara, pero cada vez que lo lograba, volvía a aparecer en la misma escena, una y otra vez, repetidamente.
Tic-tac… Como un bucle que nunca termina.
Abrió los ojos, tocaban a la puerta y se levantó desconcertada a ver quién llamaba.
-¿Se encuentra tu mamá?
-No, salió hace un momento. Seguro no tarda en regresar.
-Bueno, le dices que vine a buscarla.
-(No le diré un carajo)-pensó- Si, no se preocupe, yo le paso el recado.
Sin despedirse, corrió la cortina que permitía ver el rostro de la viuda e intentó recordar cuanto tiempo tuvo que pasar sin entender la razón por la qué no dijo siquiera una sola palabra de las innumerables ocasiones en que aquello sucedía.
Maya se obligó a eliminar ese recuerdo y comprendió la sensación que le causó saber que él había muerto cinco años atrás, se había sentido culpable por sentir satisfacción de saber que él había muerto de cáncer a consecuencia del tabaco. Se sentía feliz y no tenía una idea clara del porqué, estaba bien no compartirlo y prefirió fingir sorpresa e indignación ante aquella noticia que su madre le daba por teléfono. Era un alivio encontrarse a cuatro mil kilómetros de casa en aquel momento para evitar tener que ir a un funeral e intentar esconder la sonrisa que aquello le causaba.
Levantó los hombros y caminó a su habitación. No tenía caso pensar en eso ahora.
コメント