Hace un poco más de seis meses ella me pidió que me tatuara. Algo pequeño pero muy específico en mi meñique de la mano derecha. Un hilo rojo del destino.
Sin dudarlo dije que sí, ella por su parte, prometió que también lo haría.
Era simple, un hilo rojo rodeando mi meñique. La unión cósmica de las almas gemelas que están destinadas para amarse.
Al poco tiempo, tatúe una diminuta marca roja rodeando mi meñique, que a los pocos días, fue desapareciendo hasta reducirse a una delgada línea que apenas lograba distinguirse. Se extinguía de a poco, y ella, aún no cumplía su parte del trato.
Mi hilo, era un hilo rojo del destino sin final, que se borraba de mi mano.
Pasaron algunos meses, y pensé que tal vez volviéndome a tatuar perduraría, que quizá la primera vez algo había salido mal, así que fui a otro sitio, con otra persona a solucionar mi problema de hilos rojos.
Esta vez ella me acompaño, reía y me miraba, pero no tuvo siquiera la intención de marcarse el final de mi hilo rojo en su meñique izquierdo.
El hombre terminó, la hebra quedó aún mejor que la primera vez, un color rojo brillante con un pequeño nudo formando un moño a un costado del meñique.
Lo cuidé y podría apostar lo que fuera, que lo cuidé cien mil veces más que la primera vez, sin embargo, terminó borrándose de igual manera.
Ella, aún no se tatúa el complemento del hilo rojo amarrado a mi meñique.
Lo pensé muy detenidamente y tengo una teoría al respecto.
O los tatuadores no saben lo que hacen, o ella definitivamente no es mi alma gemela.
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