Limpió la casa, barrió, sacudió, trapeó, sacó la basura y repetía el proceso cada dos o tres días, a veces, una vez a la semana. A veces se le olvidaba.
Invitó a alguien a casa, procuró mantener el orden y escondió bajo la cama lo que no se encontraba en su lugar, con la intención de que todo luciera en orden, perfecto, en paz.
Transcurrieron las semanas, incluso meses y todo se mantuvo igual. Un día se percató de un olor extraño, algo desagradable y no le tomó importancia, pues todo parecía verse bastante normal.
Limpió, barrió, sacó la basura y el olor persistía. Lavó el inodoro, fregó la cocina, limpió las ventanas, sacó toda la suciedad que parecía hacerse presente, todo lucía bastante limpio y en orden, pero el aroma insistía en estar presente.
Llegaba a casa y aunque lucía limpia, no podía sentirse tranquila. La visitaban personas y ellas nunca detectaron nada, ningún olor, ninguna anomalía, todo se veía normal, incluso mejor. Estaba incomoda en su propio hogar, desesperada por encontrar el origen de ese olor que solo ella y ninguna otra persona podía detectar.
Cierta noche, lo comprendió todo.
Ya había limpiado todo, hasta el último rincón, había limpiado hasta la más mínima mancha, pero pasó por alto un solo sitio que pensó que era insignificante e innecesario. La chimenea.
Fue inmediatamente y ahí estaba, al fin había encontrado el problema. El olor se fue casi al instante. Ahora era necesario limpiar.
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