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Foto del escritor: Maday C. DoriaMaday C. Doria

Conocí a alguien, una mujer desconocida.

Fue un día de esos en los que no suele pasar nada, coincidimos como piedras rodantes, como dos números sacados aleatoriamente haciendo una suma de dos partes.

Eso éramos, ese instante en el que el tres y el cuatro se unen un momento para formar un siete.

Fuimos un siete, la suma de ella conmigo durante un periodo de tiempo casi imperceptible.

Ese instante finito duró solo una noche, comenzó a las quince más seis mientras la esperaba en un estacionamiento, un par de mensajes de texto y de pronto ya estaba frente a ella.

No encontré nada en su mirada que me recordara mis otras vidas, su vida era una línea perpendicular que encontraba el vértice con la mía en una intersección casi invisible.

Ahora pienso que quizá ella no era nadie, que fue un sueño lúcido o el efecto secundario de alguna droga que tomé inconsciente.

Pero ella era real y existía, podía tocarla.

Tenía un nombre, una profesión, provenía de un lugar, de una familia, tenía miedos y deseos. Su mirada no mentía, y cuando hablaba sus palabras realmente decían algo, no solo conjugaba frases, sino hablábamos el mismo idioma, no como los demás, pues nadie en el lugar entendía como nosotros lo hacíamos.

Pasó una vida entera ante mis ojos esa misma noche, así de relativo el tiempo, cuando un segundo pareciera ser eterno y la eternidad, solo durara unos cuantos días.

Sucedió el inicio, desarrollo, nudo y desenlace de la historia, un cuento corto de unas cuantas líneas.

Llegó la medianoche y Cenicienta no podía quedarse un momento más, su carruaje se convertía en calabaza, así que salió corriendo del lugar sin despedirse, dejando olvidada su zapatilla de cristal para que el príncipe la encontrara.

Ella tampoco quiso quedarse más tiempo, no era media noche y tampoco tenía un carruaje, así que no lo entendí. Al amanecer tenía que marcharme, despedirme y nunca más volver a verla.

Todo era parte de un convenio que consentí y firmé sin darme cuenta. Llegó el momento y ella lo dió por concluido, se vistió y salió huyendo a otra habitación dando por terminado el convenio.

No dejó la zapatilla olvidada, y yo no tuve la intención de buscarla.

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