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Foto del escritorMaday C. Doria

Cuarentena

Nos cerraron las escuelas, después fueron las universidades.

Las noticias internacionales activaban la alarma, cerraron aeropuertos y fronteras, nadie podía salir ni entrar de sus territorios, nos aislaron de todos.

Nos enviaron a casa, lo minimizamos tanto hasta que llegó la noticia, al amigo de un amigo ya le había pasado.

Comenzó el contagio.

Ya no podíamos salir al parque, al cine o a un concierto, nos cerraron los teatros, las oficinas y empresas se paralizaron, nos obligaron a permanecer en nuestras casas.

Al cabo de unos días nos desesperamos y nos aburrimos, nos pesaba tanto nuestra propia existencia y por primera vez en mucho tiempo reflexionamos.

Las calles de grandes ciudades estaban vacías, sus cielos lucieron más azules, las aguas se tornaron cristalinas, los arboles reverdecieron.

Todos estábamos encerrados en casa, los niños jugaban con sus padres, platicabamos y nos conocíamos entre nosotros; en los hogares abuelos contaban sus historias a sus nietos. Los enseñaban a coser, cocinar,  a ser mejor personas.

Los días pasaron, cesó el peligro y todos volvimos a nuestras vidas habituales.

Habíamos sanado.

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