Nació justo a tiempo y crecía junto con él. Era las manecillas del reloj que brincaban una a una cuando transcurrían los segundos. Su corazón era el tic tac que retumbaba y bombeaba vida a cada uno de los instantes que lo conformaban.
Transcurría rápido en momentos felices, era un atleta; el primer lugar en maratones fugaces de corta duración. Corría a toda prisa cuando estaba emocionado y feliz. En verdad lo disfrutaba, cuando le veía alegre, enamorado, emocionado, también lo sentía y corría con más velocidad, a toda prisa para que nadie lo alcanzara.
De pronto, de tanto correr ya habían transcurrido algunos años, intentó desesperadamente volver a los momentos emocionantes, pero solo se podía seguir avanzando.
Caminaba lento, más bien gateaba cuando le hacían daño, cuando era desdichado y se sentía triste. Intentaba abrazarle y consolarle pero solo lograba ir cada vez más despacio.
Así avanzaba, alternándose entre rápidos y lentos, lentos y rápidos. A veces, solo caminaba a su alrededor como si nada pasara, y en efecto, parecía que nada sucedía. Hasta que un día se detuvo y cesaron los gateos, las caminatas, las carreras. Se apagó cucú.
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