Todo había cambiado, absolutamente nada era como solía ser. Inevitablemente vino la despedida y nadie pudo hacer nada para prolongar el momento de irse.
Llegó el hora, la campana indicaba que se había llegado el momento y no supimos como reaccionar ante la inminente despedida. Sonó el silbato, y con lagrimas en los ojos solo observé como se marchaba, imaginando que en esa misma dirección regresaría.
Ella, ella solo caminó hacia el andén de salida, lanzó una mirada discreta hacia mí fingiendo buscar un “algo” que no existía y se perdió entre las personas que rondaban el lugar. Nos marchamos.
Ella y yo, yo y ella. Nos despedimos sin estar conscientes de que lo estábamos haciendo.
Regresó. Volvió, como todo vuelve en esta vida.
La vi caminando hacia mí fingiendo sorpresa.
Como si el tiempo de pronto se hubiese vuelto loco.
Como si el reloj por fin hubiese encontrado la combinación exacta para hacernos coincidir de nuevo.
Sonreía, recuerdo que sonreía. Era esa misma sonrisa que solía besar, sus ojos brillaron pero no era ella. Estoy segura que no lo era. Lucía exactamente igual a quién en tiempo atrás se había marchado, tenía las mismas manos, los mismos ojos, la misma piel. Inclusive el sonido de su voz lucía exactamente como el de ella. Pero no era ella, estoy segura que no lo era.
Me tocó, y su voz me dijo que me amaba, que me recordaba, que me extrañaba, que le había hecho tanta falta.. Pero, ¿Que extrañaba? Tampoco yo era yo.
Eran mis manos, eran mis labios, era mi sonido y mi piel. Pero no era yo, estoy segura de que tampoco lo era.
Palabras dulces se volvieron amargas, hirientes, secas, frías, sin vida. Sus caricias desaparecieron. Sus besos naufragaron en un mar con la sed de nuestros recuerdos.
Intenté encontrarla, me cansé de buscarla en su piel, en cada centímetro de su cuerpo que yacía al lado mio… Busque sus besos en sus labios, en su boca, en sus mejillas.. Busque su mirada entre sus pestañas, y abrí sus parpados con desesperación de hallarla. Le busque su mirada. Busque su voz mientras le hacía preguntas, la hacía reír, y aunque salía un sonido, no era ella. Estoy segura que no era ella.
La observé durante horas enteras, días enteros. Porque su cuerpo estaba ahí, ella estaba ahí, yo podía reconocerla. Sus labios, su sonrisa, su piel, sus caderas… Vi su forma de caminar, de reír, de interactuar, le observé cada uno de sus movimientos. Pero había algo, algo faltaba. Y no era ella.
Tampoco era yo, ni mis ganas, ni mis gritos… ¿Que hacía con esas incontrolables ganas de asesinar el cuerpo y a quien en el viajaba, imitándola?
Nos miramos y en el cruce de miradas nos dimos cuenta que algo faltaba. Nos miramos, no pudimos hacer correr el tiempo en reversa.
Algo palpitaba, pero no éramos nosotros. Nos quedamos en aquella estación, en aquel momento, en aquella despedida inadvertida. El tiempo llegó a la estación de nuevo. Nos vimos regresar, pero ya no eramos nosotros, ni nos estábamos esperando.
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