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Foto del escritorMaday C. Doria

BORRADOR, Parte uno.

Seis cuarenta; aparcó en un estacionamiento y cruzó la calle tropezando durante el trayecto como más de un par de veces, estaba nerviosa pero ni siquiera lo notaba al palparse el pantalón con las manos repetidamente, cerciorándose de no faltarle nada mientras tarareaba el mantra:

– “Llaves, dinero, tarjetas, cigarros, encendedor…llaves, dinero, tarjetas, cigarros, encendedor.”

Siete; ocho; nueve.

Maya desvió su mirada y centró sus ojos en la entrada de la sala esperando el momento; Ella entró apresurada mientras  todo parecía ponerse lento. Subió cuatro escalones y se deslizó por la fila intentando no incomodar a las cuatro personas que se encontraban antes de su asiento, sin éxito; cruzó por delante suyo y se sentó a su lado mientras decía sin susurrar “- Perdón por llegar tarde”; después se sentó y tomó de su mano con tal naturalidad, que por más que lo pensaba, no lograba comprender.

Once.

Entraron a un bar, la observaba mientras pensaba e intentaba adivinar el futuro, o al menos, predecir e imaginar las próximas horas; miraba sus mejillas y el espacio que separa sus dos cejas, su frente, las grutas que delimitan los gestos de su cara; se tomaba su tiempo para recrear cada uno de sus gestos.

Miraba su sonrisa, el ángulo perfecto que lograba formar al mostrar sus dientes, era perfecta; la miraba e imaginaba como sería sentir sus labios y besarlos hasta dejarlos  hinchados. Veía su mirada, sus ojos brillaban y al combinarse con su sonrisa… ya estaba segura.

Diez cervezas y de pronto se acercó a su boca y le besó, fue como una combinación perfecta, las bocas coincidían y bailaban en sincronía; Si he de confesar, me atrevería a decir que desearon quedarse así toda la vida.

Tres.

Hicieron el amor, se besaron y acariciaron aún mucho antes de siquiera llegar a casa. Cambiaron sus ropas y se tendieron en la cama frente a frente, Maya la miraba con detenimiento, sin prisa, no irían a ninguna parte, ambas sabían que la noche les pertenecía y no había ser humano ni fuerza sobrehumana que pudiera evitarlo. Observaba su mirada y repasaba con detenimiento cada milímetro de sus labios, dibujando su contorno sin salirse de la orillita, subía lentamente a sus pestañas atravesando el oscuro de sus pupilas, su cabello, su perfume, su olor… cada centímetro, cada lunar, cada poro.

Se besaron, suave y despacio, rápido y fuerte; arrancaron sus ropas desesperadamente mientras besaban su cuello, su vientre, se apropiaba de sus besos y hacía suyo todo lo que encontraba a su paso. Se encontraron desnudas y de frente, se permitieron sentirse vulnerables e indefensas ante quien estaba enfrente.

Diez.

Amaneció, y al abrir sus ojos la notó a su lado aún desnuda; contempló su rostro y se impregnó de su serenidad, era tan claro, que se sintió segura a su lado, ya no hacía falta nada.

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